Son varios los motivos que pueden llevar a una empresa a acudir a un proceso de reestructuración. Pero también hay numerosas formas de evitarla. Es cierto que la desaceleración de la economía, la crisis financiera que no terminamos de superar, la disminución de las ventas, la pérdida de clientes, los cambios tecnológicos, la necesidad de una transformación digital y/o social o medioambiental y la fuga de talento influyen y mucho en la necesidad de tener que afrontar una reestructuración, pero también es cierto que la correcta toma de decisiones también tiene mucho que ver.
Por qué se lleva a cabo una reestructuración
Lo normal es que los líderes o gestores empresariales analicen cada cierto tiempo el rendimiento de sus áreas. Es en este momento cuando se examina la estrategia, el posicionamiento, el mercado, los clientes, los competidores y también el valor que aportan a la organización los empleados que tienen a su cargo.
Errores que debemos evitar
Uno de los principales motivos por los que debemos afrontar una reestructuración en nuestra empresa suele ser la falta de liquidez con la que afrontar todo tipo de pagos. La situación de asfixia que sufren los empresarios puede derivar en comportamientos poco adecuados. Por ello, conviene evitar la comisión de errores a la hora de afrontar esta situación tan poco agradable.
Debemos evitar por encima de todas las cosas echar la culpa a los demás. En los últimos tiempos es muy común ver a numerosos empresarios quejarse de la falta de fluidez del crédito. ¿Acaso una entidad financiera es una ONG? No, ¿verdad? Que una empresa sea insolvente no es culpa de los bancos, sino de la posible incompetencia de los equipos directivos o de la falta de rentabilidad del producto o servicio que se está intentando vender.
Otro error común es no prepararse para hacer frente a la negociación para la reestructuración de la empresa. Si estás inmerso en una reestructuración, es crucial que tu equipo defina claramente su estrategia de negociación. Debéis tener muy claros los temas que son negociables y no son negociables, los límites en las garantías que seréis capaces de ofrecer, prever las dificultades que surgirán durante el proceso y anticipar un escenario con posibles soluciones, y disponer de una lista de posibles contraofertas a presentar a las entidades financieras con las que os sentéis.
Un tercer error muy típico es ver cómo numerosos directivos no afrontan de una manera realista el proceso. Por ello, hay que identificar las causas del problema de liquidez que estamos sufriendo; elaborar un plan de negocio (tanto operativo como financiero) que resulte coherente y creíble (¡con él conseguiremos la liquidez que precise nuestra empresa!); identificar cuáles son nuestras necesidades a corto, medio y largo plazo y procurar que la reestructuración que vamos a desarrollar sea lo más equilibrada posible, sin ensañamientos de ningún tipo.
Si aún tienes dudas y quieres saber si los acuerdos de reestructuración serán suficientes para que tu empresa genere liquidez, tendrás que asegurarte de que los acuerdos alcanzados conducen realmente a soluciones en las que se lleva un reparto razonable de pérdidas y beneficios entre las distintas partes participantes. Igualmente, deberás confirmar un plan de futuro que incluya y refleje como es debido los distintos generadores de valor de la empresa, además de aprovechar las oportunidades que se presenten y preparar e incentivar a la compañía para conseguir esas metas. ¡Está en tu mano!
Cómo afrontar la reestructuración
Un proceso de reestructuración puede dividirse en tres fases: diagnóstico, tratamiento y recuperación. En el caso del diagnóstico, la meta que debemos perseguir es evitar el colapso de nuestra organización. Tenemos que conseguir mejorar la liquidez de nuestra empresa, para lo que no nos debe temblar el pulso a la hora de reducir nuestra cartera de productos (empezando siempre por los que peores márgenes presenten) y evitar todo tipo de costes. Tendremos que hacer un examen de nuestra estructura para ello. Desgraciadamente, y pese a que debería ser el último paso que tendríamos que dar, una de las acciones que tendremos que llevar a cabo pasará por reducir la plantilla.
Una vez realizado el diagnóstico y conocidos los males que nos afectan, llegará el momento del tratamiento, que nos preparará para iniciar la senda de la recuperación. La fase de tratamiento puede hacerse larga y tediosa, sobre todo si venimos de un panorama económico boyante. Pasar una época de vacas gordas a otra de vacas flacas es un trago amargo que muchos empresarios tienen que afrontar. Así, no quedará otra que estructurar nuestra oferta de productos y servicios, ser eficientes, evitar todo tipo de riesgos innecesarios, aumentar nuestra productividad y optimizar todos los procesos que se desarrollan en la empresa. En el capítulo financiero, habrá que medir con sumo cuidado la cuenta de resultados y derivar partidas para controlar la deuda. Será la única manera que tendremos de hacer viable nuestra organización.
Volver a la senda del crecimiento nos costará trabajo, pero no quiere decir que sea un imposible. Pero, si hemos asegurado la viabilidad de nuestra compañía, podremos empezar a buscar nuevos mercados, productos y servicios que se adapten a nuestros procesos productivos y a la demanda de los clientes. De esta forma, empezaremos a contar con liquidez para realizar inversiones, pero siempre con el bagaje de la experiencia que hemos adquirido. No debemos hacer borrón y cuenta nueva cuando consigamos que la compañía vuelva a ser rentable. Al revés. Esos mecanismos de control, previsión y gestión del riesgo que nos salvaron en las anteriores etapas deberán estar presentes en esta. Será la única forma de mirar al futuro con esperanza.